Hoy, hace justo un año estrenaba mi cuaderno de ruta. Por entonces, mis sensaciones antes de partir eran algo extrañas. Era la primera vez que me embarcaba en una experiencia así en modo
cada uno con su pellejo y, aunque trataba de no darle mucha importancia, la realidad es que la incertidumbre tamboreaba en mí a un ritmo que competía con las sistólicas contracciones de mi corazón.
365 días más tarde, tras un letargo justificado no por ausencia de episodios sino por frágilidad de voluntad, rescato del olvido a mi compañero de peripecias para esta nueva singladura. En esta ocasión, el escenario es menos idílico y ensoñador, pero estoy seguro de que unas semanas caminando por el corazón de la vieja Europa dejarán algunas líneas grabadas en este cartapacio.