En este blog se ofrecen algunas experiencias personales y con amigos de diferentes viajes, tanto transoceánicos como de un solo día. Y es que para viajar no hay que sacar ningún billete de avión, a veces a 5 kilómetros de tu casa existen terrenos inexplorados que siempre guardarás en el recuerdo.

viernes, 10 de agosto de 2012

Día 24. El 285 de Lavender St

Centro financiero. Singapur
Llevar un saquito de dormir en la mochila nunca está de más. Mi pasillo hacia el sueño fue mucho más corto gracias a que la bolsa evitaba el contacto de mi piel con unas sábanas que seguro tienen alguna historia que contar y otras muchas que ocultar.
Como un gusano de seda salí de allí para comenzar un nuevo día.
Aún con el sinsabor de la jornada anterior salimos a desayunar para dejarla atrás como el que deja su huella en un excremento con el consuelo al menos de que cambie su suerte. Pero eso no es sino un tópico. La mala sombra del día anterior nos perseguía como el pestilente recuerdo de ese paso erróneo en la superficie esponjosa.

Paseando por los canales de esta pequeña Amsterdam malaya nos paramos en una cafetería, o algo así, muy bien situada. Sin complicarnos mucho la vida pedimos el clásico huevos con salchichas y alubias, no sé como tanta gente sigue sin descubrir lo maravilloso de un bocata de jamón serrano, aceite y tomate, pero uno se adapta.
Nuestra primera imagen de la urbe
Para ir entrando en acción ordenamos un café. En qué momento, el camarero y dueño nos trajo una taza de agua sucía con más porquería que la que tenían en el baño para aclarar las chocolatinas del sumidero donde se las apañan para defecar.
Lo peor fue cuando se lo comentamos al tipo y nos dice que es café local, qué es así. La mierda que tiene la taza si que es local le respondimos. El señor empezó a calentarse y nosotros a mosquearnos. Para evitar problemas, nos levantamos, pagamos, aunque no el café au merd, y nos largamos de allí.
Cae la noche en la ciudad
Una vez más vuelta al bus, aunque este de 5 estrellas, se nota que vamos a Singapur. Asientos abatibles que se convierten en cama y una tapicería que si la golpeas no te empolvas la cara. Por eso, las cuatro horas pasan casi sin darnos cuenta, o sí, porque al llegar a la frontera tuvimos que pasar un control de aduanas que ni en EEUU.
Al llegar a esta ciudad todo parece más grande, precisamente igual que en el país mencionado. La apariencia de sus calles, edificios, señales, parques es de la perfección conseguida, algo así como el pueblo donde vive Jim Carrey en el Show de Truman. Pero  el pastel siempre esconde algún regalito, a ver si lo encontramos.
Intentando evitar que nos pase algo parecido a lo de ayer, vamos directamente a encontrar un hotel. La búsqueda no fue fácil. Aunque teníamos referencias de sitios y mapas tardamos bastante en llegar al supuesto barrio colonial, donde estaba el YMCA, una especie de residencia de estudiantes que resulta muy cara y no nos quedamos.
A la dcha. Marina Bay Hotel, al estilo de Adelson
Anochece y aún sin cama. Apremiados una vez más por la hora tomamos un taxi y le damos la dirección de un hotel baratito. El destino, el numero 285 de Lavender St. El taxista se pone en camino y no pregunta más. Después de 5 minutos empezamos a mosquearnos porque el señor anda bastante dubitativo:
- Killo, mira el GPS que pa eso lo llevas. Le decimos.
Y nada, nos da una vuelta en circulo, supongo que para hacer así también más redonda la cantidad a percibir y termina diciendo que ese número no existe. Con lo cual, casi diez euros a la basura, porque seguimos sin hotel.
Merryll Lynch, un banco con fuerza
Al final, tuvimos la suerte de que donde nos apeó el taxista había otros hostales.
Desde el Mercury Backpackers me despido de mi cuaderno y os emplazo a leer las dos próximas crónicas, de puño de dos de sus protagonistas. Primero Nacho y más tarde Nuria.
Qué tendrán que contar a este diario viajero?
Hasta mañana
Marco Polo de Bolsa

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