Viernes 3 de agosto de 2012.
Se presenta un día pleno de emociones. A primera hora de la mañana y con el estomago cargado de energía para esta larga jornada por el copioso desayuno americano que nos brinda el viewpoint resort nos disponemos a comenzar nuestra singladura en bote de popa larga por las aguas del movido Mar de Andamán.
Este reducido episodio de El Hombre y la Tierra nos ayudó también a nominar al segundo atolón, la Isla de la Grulla.
Tras ese breve descanso y acuciados por la subida del mar regresamos al barquito para trasladarnos a nuestra ultima parada antes de volver a puerto, la isla de Pado que bien podría trocar su nombre por Isla de Pago, pues es una superficie privada en la que hay que abonar 20 baths (algo mas de medio euro) para acceder. Pago Island es algo así como el Pinar de Tarifa para la gente de Algeciras, la Rambla de Overa el día de las meriendas en mi pueblo o el Cerro de los Pinos el Día de la Vieja en la zona de Guazamara, el lugar establecido allí para montarse un picnic. Así, refugiados bajo la sombra de los cocoteros, nuestros guías marítimos sacaron unos tapers de tamaño industrial y rápidamente montaron un rancho con arroz y dos salsas diferentes para todos los hambrientos turistas que esperábamos plato en mano para servirnos. Después de nuestra ración nos fuimos a pasear por la isla. A mí me dio tiempo incluso de echar una siestecita mientras Nacho y Nuria hacían fotos de aquel paraje idílico, aunque todo hay que decirlo muy mal cuidado, pues la playa acumulaba bastante basura.
La excursión acaba en el punto de origen, Railay Beach East. Aunque las sensaciones son como si el día estuviera a punto de consumirse, son solo las 3 de la tarde. Lo cierto es que aunque parezca lo contrario, cuando no tienes una tarea fija que hacer loa días se hacen muy largos.
Pero antes de que el sol cayera, tuvimos tiempo de explorar un poco por las rocas. La bajamar dejó al descubierto una enorme losa de coral por la que estuvimos caminando. Al llegar al final de la playa, mientras divagamos sobre la colección de anécdotas que el viaje nos está ofreciendo vimos algo moverse en el pedregoso fondo. Rápidamente, me acerco y veo un animal mimetizado. Se mueve lenta pero eléctricamente y vigila todos los movimientos a su alrededor. Cuando casi estoy a la distancia de tomarle una foto, desaparece en una grieta sacando su lengua de dos puntas agudas como si quisiera hacer aún más explícita su burla. Aquella especie de dragón de Cómodo o descendiente al menos de los primeros pobladores no se dejó ver más.
Esta última sesión junto a mis amigos y compañeros de ruta había dejado muchas líneas para mi diario. Sin embargo, aún quedaba por cerrar un capítulo inacabado de mi relación con Tailandia, el Muay Thai. Apenas tres días atrás ni siquiera sabía que volvería a sellar mi pasaporte por aquí y ahora se me presentaba la ocasión de hacer lo que me había faltado en Chiang Mai, ver un combate de lucha tailandesa en vivo.
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Más galletas que en un cumpleaños |
Como siempre, y gracias a mi parsimonia matutina somos los últimos en subir a la embarcación. Consecuencias dos. La primera positiva pese a todo, pues vamos en la proa y disfrutamos de las mejores vistas. La segunda no tanto, pues esa privilegiada posición te coloca directamente en la zona de impacto y con ello, las olas que rompen contra el casco salpican directamente en nuestra cara. Por lo tanto, la visibilidad se reduce considerablemente.
Bote de popa larga |
Pero esto no es nada nuevo, ya lo hemos vivido hace un par de días al llegar a Tom Sai Beach. Adaptados a lo que significa navegar por estas aguas y después de 20 minutos, el patrón de este singular navío nos desembarca en la primera de las 4 islas que pisaremos, que no recuerdo muy bien pero que rebautizamos como la Isla del Gato. Desde allí, nos habían comentado que se podía acceder a pie a la siguiente, claro eso sí, con marea baja, lo cual es toda una lotería y nosotros no habíamos comprado el billete premiado hoy. De ese modo, la única forma de acceder es nadando, o buceando. El barco venía preparado. Nos dejan gafas y tubo para poder explorar los fondos de estos islotes. De la isla del felino cruzamos hasta la de enfrente. El reconocimiento submarino no dio para mucho, apenas un banco de peces muy parecidos a la doncella. Lo más significativo que observamos es una especie de garza o grulla que esperaba pacientemente para lanzarse a por su presa y engullir un delicioso almuerzo al estilo japonés.
Al fondo uno de los islotes que pisamos |
La expedición marina continúa y nos marchamos a otro pedazo de tierra en medio del mar. Esta, cuyo nombre real, esta vez sí, es Chicken Island o Isla del Pollo se llama así por un gracioso penacho que sobresale de ella en forma de cuello y cabeza de gallinacea.
La marea continuaba subiendo y la playa había desaparecido, o casi, porque nosotros encontramos un pedacito debajo de un manglar y allí descansamos mientras los demás pasajeros del bote flotaban desperdigados con sus chalecos salvavidas.
Nacho caminando entre gigantes... |
Playa de Rayavadee |
Por eso, y tras consultar yo las adjudicaciones de destinos para profesores el curso próximo y comprobar con resignación como mi nombre no aparece en esas listas, no dejo tiempo para el lamento y voy junto con Nacho a buscar a Nuria, que no empleó su tiempo en sumergirse en la red sino en procurar un buen lugar donde aprovechar aquella maravillosa tarde, pues por primera vez desde que estábamos en Krabi lucía un sol sin condiciones.
Nos costó encontrar a Nuria. Al final nos envió un mensaje con las indicaciones precisas. El camino hacia allá salvaje e inesperado. Un sendero flanqueado por gigantescos murales de roca karstica a la que acuden escaladores de todo el mundo. Al otro lado, el sendero se encuentra con la maleza, y de entre ella y justo encima del camino descansan amenazantes una banda de monos. Al pasar junto a ellos portaba una botella de agua y no se me ocurrió otra feliz idea que rociarlos con ella... Afortunadamente dice Nacho para nuestra integridad, mi compañero adivinó mi gesto y me hizo desistir. Aún entre las risas y los comentarios sobre lo que podía haber sido el enfrentamiento con los macacos llegamos a la playa de Rayavadee. Anonadados nos quedamos al descubrir lo que teníamos a 10 minutos y aún no sabíamos. Una amplia explanada de arena blanca rodeada de espesa vegetación y adornada en su centro por una inmensa roca que se elevaba por encima de nuestro ángulo natural de visión.
La puesta de sol en aquel marco, de leyenda. Probablemente muchos tengáis en casa alguna revista cuyas páginas promocionen alguna bebida espirituosa que utiliza una foto como la que nosotros nos llevamos de aquí.
Un día de pesca en Rayavadee |
Puesta de sol en Rayavadee |
Esta última sesión junto a mis amigos y compañeros de ruta había dejado muchas líneas para mi diario. Sin embargo, aún quedaba por cerrar un capítulo inacabado de mi relación con Tailandia, el Muay Thai. Apenas tres días atrás ni siquiera sabía que volvería a sellar mi pasaporte por aquí y ahora se me presentaba la ocasión de hacer lo que me había faltado en Chiang Mai, ver un combate de lucha tailandesa en vivo.
Uno de los bares de Railay Beach celebraba una sesión de exhibición. A pesar de que creíamos que sería un poco falsete, al estilo del Pressing Catch, nada de eso, allí se repartían hostias como panes: rodillazos, codazos, ganchos, patadas en todas las direcciones...
Pero antes de pasar al desenlace hay que hablar del ritual que conllevan los combates.
Lo primero que llamó nuestra atención fue el conductor del evento, una mezcla de Jimmy Hendrix y José Luis Rodríguez el Puma con las dotes de gracia y picardía que hicieron popular al desaparecido Pepe Carrol. Este tipo amenizó la velada desde el principio. Primero con unos voluntarios a los que ridiculizó sin maldad enseñándoles a tocar un instrumento de viento de grandes dimensiones, que otro día diré como se llama pero que podemos simplificar definiéndolo como una enorme flauta sin otra salida que el extremo opuesto. El sonido, cercano al de la bocina de un barco, da ritmo a estos bellos enfrentamientos que por momentos se convierten en una coreografía marcial.
Cada uno de nosotros hizo sus apuestas. Nacho se decantó por el que parecía con más mala leche, que además se parece a nuestro amigo Fabián, de Mendoza. Yo, y más tarde Nuria dada la antideportividad de Fabián, por el otro, menos marcado y con cara de buena gente pero al que no te gustaría deberle dinero.
A pesar de los golpes sucios de Fabián que en un par de ocasiones dejó sin aire ahí abajo a mi favorito y entre los Oh, my Budha! del mencionado locutor, que utilizaba esta exclamación constantemente para enfatizar el dramatismo de cada golpe, la exhibición, a cuatro asaltos y sin ganador declarado concluyó con la victoria bastante evidente de mi elegido, que dejó a Fabián como una alfombra después de quitarle el polvo.
Con la adrenalina aún muy arriba nos retiramos a la habitación agotados por un día casi tan largo como esta crónica.
Hasta mañana MPdB
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