En este blog se ofrecen algunas experiencias personales y con amigos de diferentes viajes, tanto transoceánicos como de un solo día. Y es que para viajar no hay que sacar ningún billete de avión, a veces a 5 kilómetros de tu casa existen terrenos inexplorados que siempre guardarás en el recuerdo.

lunes, 16 de julio de 2012

Día 10. Luang Prabang, el lugar más bello del mundo.



La ciudad en plena actividad
El titulo para este día podría haber sido Diarios de motocicleta, pero he quedado tan atrapado por la belleza de esta ciudad a orillas del Mekong y sus alrededores que no podía darle otro encabezamiento a esta crónica. Esta introducción ya puede dar una idea de lo que ha deparado esta jornada.


Mario no pudo dejar pasar la belleza de esta postal
La noche anterior decidimos visitar las paradisíacas cataratas que hay a unos 30 km de esta villa colonial . Nuestro medio de transporte, unas scooter de 125 cc que por unos 10 euros puedes alquilar en cualquier hostal. Así, a las 10 ya estábamos en marcha, acostumbrándonos aún al funcionamiento de la motocicleta semiautomática, rumbo a ese lugar. 
Lo mejor de todo no serían los saltos de agua, sino las preciosas escenas que nos fuimos encontrando por el recorrido, un trayecto pleno de postales costumbristas a la vez que paisajes de ensueño que ni siquiera recuerdo haber visto en una película. 
Estas cataratas nos refrescaron la visita al parque nacional
Niños jugando en el muelle
 La belleza de lo que fuimos encontrando era tal que rebasaba nuestra capacidad de asimilarlo, y circulábamos por la vía con la sensación de que cada metro de esa carretera ofrecía una foto irrepetible, tanto por los paisajes como por los niños que encontrabas en cada pueblecito circulando en bicicleta y cargando los cestos de arroz que sus madres recolectaban en ese momento en los incontables campos de arroz que surgían entre la jungla para dar descanso a la espensa frondosidad de la jungla.


Tras consumir la mañana entre el trayecto y el obligado baño en las cataratas, regresamos a Luang Prabang para comer algo y redescubrir el encanto de sus calles.
Nuestra presencia no cohibió la espontaneidad de su actividad
Lo mejor de todo no serían los saltos de agua, sino las preciosas escenas que nos fuimos encontrando por el recorrido, un trayecto pleno de postales costumbristas a la vez que paisajes de ensueño que ni siquiera recuerdo haber visto en una película. La belleza de lo que fuimos encontrando era tal que rebasaba nuestra capacidad de asimilarlo, y circulábamos por la vía con la sensación de que cada metro de esa

carretera ofrecía una foto irrepetible, tanto por los paisajes como por los niños que encontrabas en cada pueblecito circulando en bicicleta y cargando los cestos de arroz que sus madres recolectaban en ese momento en los incontables campos de arroz que surgían entre la jungla para dar descanso a la espensa frondosidad de la jungla. Tras consumir la mañana entre el trayecto y el obligado baño en las cataratas, regresamos a Luang Prabang para comer algo y redescubrir el encanto de sus calles.



Postal característica de estos parajes
Por la tarde, partimos hacia otro lugar que bien podría asemejarse a lo que habitualmente se conoce como paraíso terrenal, las cueva de
Pa Kao, que creo que es como se llama el pueblecito más cercano a las mismas.  De nuevo el recorrido en nuestra motocicleta fue una maravilla, creo que era como colarse en un túnel del tiempo y viajar a un remoto lugar donde lo que habrían de ser los valores universales aún se conservan casi intactos, niñas de tres años cargando con sus hermanitos de unos meses, lugareños regalando una sonrisa a los farang (extranjeros) que por ahi pasábamos y un reloj vital que nada tiene que ver con el que nosotros tenemos estigmatizado. Podría seguir enumerando decenas de las sensaciones que pude experimentar pero no valdrían más que para alargar o adornar mi crónica, porque realmente si no se vive en primera persona, lo que aquí se cuenta no sería nada más que una quimera.

 Hasta mañana,
 Marco Polo de Bolsa

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